Miguel Carrasco Cayuela
Esta es una historia de la vara municipal aguileña que, como el río Guadalquivir, desaparece y luego vuelve a aparecer. Debe tener superpoderes, como si fuera una varita mágica, o un imán poderoso, pues quien la posee le cuesta trabajo soltarla. Es posible que a algunos alcaldes se les suba la vara a la cabeza.
En las elecciones municipales de la primavera del año 1995 salió de alcalde Alfonso García Zapata quien, con los seis concejales de su partido independiente, fue nombrado alcalde con el apoyo de los seis concejales del PP de Juan Ramírez.
En el acto de toma de posesión, como en los demás ayuntamientos españoles, los secretarios municipales, o alcaldes salientes, hacen entrega de la vara o bastón de mando representativo de su cargo.
En aquella ocasión, nuestra secretaria municipal era Consuelo Díaz Mateu. Y Alfonso recibió la vara de alcalde.
Los primeros meses de gobierno municipal fueron muy convulsos, lo que produjo una escisión en el partido del Zapata, partido constituido principalmente por personas vinculadas al mundo de la agricultura. Los seis concejales peleados se dividieron en dos grupos de tres. Uno, liderado por Alfonso, el alcalde; y el otro, por Paco el Zurdo.
Las maneras de gobernar del alcalde eran muy peculiares. Tanto, que era raro la semana que nuestro pueblo no salía en la prensa regional por algún escándalo. Un ejemplo de ellos fue cuando al Zapata se le ocurrió, con toda su buena fe, 'limpiar de matorrales' terrenos próximos a La Casica Verde y otros parajes. Y lo hizo con sus propios tractores, los de su empresa agrícola, para evitar gastos al consistorio. Loable.
Pero lo hizo sin consultar a los técnicos municipales correspondientes, quienes se lo habrían desaconsejado porque algunos de esos 'matorrales' eran plantas protegidas endémicas.
El escándalo en la prensa regional fue mayúsculo. Unos tres años después llegó al ayuntamiento una multa de más de doscientas mil pesetas.
En octubre de ese año de 1995, y debido a los continuos escándalos, los seis concejales del PP retiraron su apoyo al alcalde, quien se quedó con una minoría de tres, incluyendo a Alfonso. Y dimitió.
Juan Ramírez calculó que si el Zapata dimitía, la lista correría y le llegaría a él la opción de ser alcalde.
Calculó mal porque antes tenían que renunciar a ser alcalde los otros cinco concejales independientes.
Y el número dos de la lista era Paco el Zurdo, quien aceptó ser alcalde y gobernó el ayuntamiento, junto con los seis concejales socialistas, hasta las elecciones de 1999.
Pero vayamos al tema de la vara de mando.
Cuando Alfonso García Zapata dimitió de alcalde, la vara la tenía en su casa porque creía sinceramente que esa vara era suya, un regalo para su persona.
Trabajo le costó a la secretaria municipal, Consuelo Díaz Mateu, convencerlo para que devolviera la vara. Pero la devolvió.
Años después, marzo 2011, el ayuntamiento compró una segunda vara sin motivo justificado. Ese tipo de vara es algo que no se desgasta. Es más, cuanto más antigua, más valor, más solera, como el buen vino. Costó unos 180 euros.
Coincidía aquel año que en mayo había elecciones municipales. El alcalde saliente era Juan Ramírez Soto, a quien desde el PP de Murcia no le dejaban volver a presentarse para alcalde por estar imputado en el escándalo de corrupción urbanística de La Zerrichera. Y desde Murcia nombraron cabeza de lista de los populares aguileños a Bartolo el Mochuelo que, por primera vez, consiguió mayoría absoluta del PP en Águilas.
Cuando Bartolo tomó posesión de la alcaldía, en junio de ese año 2011, la vara que le entregaron fue la nueva. Por eso, en el primer pleno ordinario el portavoz municipal de Izquierda Unida llevó a pleno la pregunta de dónde estaba la vara antigua. Misteriosamente, esa vara había desaparecido.
La respuesta fue que la estaban buscando.
En el siguiente pleno ordinario el portavoz de IU volvió a repetir la pregunta. Y la respuesta fue la misma.
Por el ayuntamiento corrió el rumor de que Bartolo, el alcalde, estaba muy interesado en que apareciera. Los de IU estaban dispuestos a poner una denuncia en la Guardia Civil por si alguien la había robado.
Ya en el pleno de septiembre de ese año la vara apareció por arte de birlibirloque.
¿A quién se le ocurrió la genial idea unos meses antes de comprar una segunda vara?
¿Dónde estuvo escondida, o guardada, la vara original?
¿Quién sería el responsable de esa desaparición?
Si alguien tenía la intención de comprar otra nueva vara para quedarse fraudulentamente con la antigua, ¿por qué no se gastó de su bolsillo los 180 euros? Si la hubiera comprado con su dinero y hubiera dado el cambiazo, nadie se habría dado cuenta porque el gasto no habría quedado reflejado en la contabilidad municipal. A no ser que esa persona fuera tan avara, miserable, prepotente y corta de mente que no le diera el cerebro para mucha reflexión.
Preguntas sin respuesta oficial, por lo que la imaginación y las sospechas se dispararon entonces.
En conclusión: en nuestro consistorio debe haber actualmente dos varas de mando.
A no ser que la mano de ese fantasma misterioso la haya hecho desaparecer otra vez, ¡ja,ja,ja,ja,ja...!
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