Benito Rabal
Águilas, mayo,2024
Corren malos tiempos para la lírica.
El pasado 27 de abril, en Alpedrete, en la Comunidad de Madrid, el Ayuntamiento gobernado por PP y Vox, decidió quitar el nombre de mi madre, Asunción Balaguer, a la Casa de Cultura y el de mi padre, Francisco Rabal, a una plaza. Se hizo en secreto, a espaldas del resto de partidos políticos y de la sociedad civil, por un decreto de urgencia. En fin, con nocturnidad y alevosía.
¿Razones? Ninguna coherente. No hacía falta. Las conozco muy bien. A pesar del cariño y consenso del que siempre han gozado mis padres por parte de todos, sin
importar colores o pensamiento, se les despojó del honor concedido por un único motivo: su ideología progresista y el ser militantes del Partido Comunista.
Era una vieja reivindicación de los grupos nazis, demasiado presentes, demasiado permitidos, ahora con voz institucional gracias al partido de la V.
La movilización popular, el mundo de la Cultura puesto en pie de guerra, el apoyo de los medios de comunicación y la unidad de los partidos políticos progresistas, sindicatos y asociaciones, así como la repulsa de varios ayuntamientos, encabezados por el de Águilas, dieron al traste con sus pretensiones y finalmente echaron marcha atrás, devolviendo sus nombres a los lugares de los que habían sido arrebatados.
Pero si nos hubiéramos quedado callados, ¿quién sería el siguiente? ¿Goya por afrancesado, Galdós por republicano, Pardo Bazán por feminista, Picasso, Machado, Alberti, Buñuel, Clara Campoamor, Lorca, Almudena Grandes? Si nos quedamos callados, ¿quién dice que mañana, incluso, ya no existan Casas de la Cultura o no podamos caminar de la mano por las plazas, libremente?
Podría parecer que el asunto no ha sido más que una mera anécdota, tan dolorosa como absurda. Pero no. No ha sido obra de estúpidos, no ha sido la tontería de unos tontos. Va más allá. Es parte de la estrategia que sigue eso que se nombra como ultraderecha, para enlodazar, con fines espurios, la convivencia.
Son los mismos que niegan la violencia machista, los crímenes del Franquismo,
censuran obras de teatro, rechazan la evidencia del cambio climático, tratan de impedir que las mujeres decidan sobre su propio cuerpo o pretenden acabar con la memoria democrática haciendo una burda revisión de la historia. Y cada vez lo hacen con mayor frecuencia, libertinaje y permisividad. No sólo en nuestro país, sino a lo largo y ancho del planeta.
La Cultura siempre está en el punto de mira del fascismo. Se la ataca, se la margina, censura y denigra con el único objetivo de destruir la identidad de los pueblos y de los individuos. Primero se elimina la memoria y luego, los derechos que, como seres humanos, deberíamos tener desde nuestro nacimiento.
Les aterra la emoción. Y si algo define a la Cultura, es la emoción. Eso que sentimos ante una obra de arte, un poema o ante una película, nos hace mejores personas. Es algo tan necesario como el pan.
Lo que tenemos enfrente, lo nombren como quieran nombrarlo, se llama Fascismo. Pero parece que no lo estamos viendo venir, cabalgando a lomos de la intolerancia, la barbarie, el despotismo, la agresividad y la ignorancia.
Ahí está Gaza y la pasividad frente al genocidio. Ahí están las penas de cárcel en varios lugares de Estados Unidos por tener clásicos de la literatura en bibliotecas públicas. Ahí están las deportaciones de migrantes a Ruanda desde el Reino Unido. Ahí están tantas y tantas advertencias de lo que nos acecha, nos amenaza y acabará por asfixiarnos si no lo impedimos.
Nos jugamos mucho. Se está de un lado o del otro. Sin medias tintas. Hay que tomar partido. Partido hasta mancharse. La única batalla que se pierde, es la que no se da.
¿Dónde esta la Plaza Francisco Rabal en Águilas? pregunta seria