Lo mismo que la constancia del mar pule las rocas, las ideas son pulidas por la reiteración de la palabra.
En los últimos tiempos se utiliza el término «micromachismo» de manera tan generalizada que, en mi opinión, quita importancia a muchas expresiones que reafirman la supremacía del macho sobre la hembra y que nunca han sido ni serán «micro», al contrario, igual que gota a gota el agua es capaz de horadar el granito, las palabras dichas se van instalando en el pensamiento de tal manera que incluso las mujeres llegamos a considerar poco importante aquello que sí lo es, o lo que es lo mismo, quedamos instaladas en una especie de indefensión aprendida admitiendo, casi sin darnos cuenta, lo inadmisible.
Otra de las cosas que hacemos comúnmente cuando queremos defender ante la mirada masculina el abuso infligido a una mujer es preguntar: ¿y si fuera tu madre o tu hermana, qué dirías? Como si hubiera que ser hermana o madre para ser respetada, como si el hecho de ser un ser humano no tuviera el peso suficiente para que otro ser humano no se extralimite y abuse -ya sea psicológica, verbal o físicamente-, de otro ser humano por el «divino poder» que le otorgan sus genitales.
Y no se trata de ir regañando a los hombres, bastante trabajo tienen los que ya han tomado conciencia de la situación y se esfuerzan por limpiar su memoria de símbolos obsoletos. Se trata de que nosotras nos hagamos justicia y evitemos en lo posible la aceptación inconsciente de aquello que nos mantiene en cautiverio. Se trata de no asumir que solo existimos si poseemos el título de hermanas o madres. Se trata de que cada día, desde lo más hondo de nuestro ser, nos permitamos la desenvoltura de ser nosotras mismas. Se trata de que no actuemos necesariamente como actúan los hombres. Se trata, en fin, de argumentar la vida, nuestra vida, por derecho propio.
Zaragata - Águilas, 6 de enero de 2024
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